DE MIGRANTES A REFUGIADOS

La abuela se quedó viviendo junto a la casa abandonada de su familia, a quince metros del supuesto asesino de su nieto mayor y a medio kilómetro del pozo donde ella sospecha que el vecino lanzó el cadáver, en el municipio Santiago Nonualco del departamento La Paz de El Salvador. La suya es una calle ciega de tierra, rodeada de mangos, milpas y cañales. Solo se escucha el canto de los talapos y el zumbido de las chicharras; cuando los perros ladran o los disparos suenan, la abuela piensa que pueden ser el vecino, o los emeeses de La Galilea o los policías rurales de San Rafael Obrajuelo que están cerca, y vienen por ella.

Hace un año que su hija, el yerno y cuatro nietos escaparon de la colonia con lo que llevaban puesto, de un día para otro, y en septiembre de 2017 obtuvieron el estatus de refugiados en México. Desde que se fueron no los ha visto ni cree que vuelva a verlos nunca, más que en las fotos del Facebook. La abuela quiere mandarles saludos por Whatsapp y graba este mensaje para el yerno:

—¿Qué les digo, pues? Pídanle a Dios de que les vaya bien y pidan por mí también aquí, pues. Y una cosa te quiero decir: que a mí me pase lo que me pase, vos no te volvás para acá. No vayás a regresar para acá. Vos tenés que ver por tus hijos, ¿oís? Ya por mí no te vayás a preocupar. Te digan lo que te digan de que me ha pasado algo, vos no volvás atrás. Solamente eso quiero decir.

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